"La verdad es que no te he perdonado, José Antonio. La verdad es que lo hice demasiadas veces, demasiadas veces como si fuera una mujer que padece de idiotismo; y todavía así aquel día colocaste la gran gota que derramó el vaso de mi paciencia en aquel pueblo insulso. Desde entonces ya nunca podré hacerlo. Ya nunca podré porque ninguna "reparación" ni simbolismo alguno podrá devolverme todo lo que me has quitado. Sé que algo, alguien superior observa y que la justicia tarda pero llega. Sé que cada piedra que se arroja regresa al que la tira; cada muerte que se ocasiona, cada puñalada, cada golpe, cada palabra ofensiva, cada barro, cada mentira, cada desdén y cada daño que le ocasionas a tu prójimo, todas y cada una de esas cosas regresarán a su lugar de origen, regresarán a ti, su ingenioso padre.
Cleofecita antes de morir escribió con sus manitas ancianas en una vieja carta llena de sabiduría que el peor pecado del mundo es hacer sufrir a un inocente, que cada cosa que se hace en este mundo, en este mundo se paga. Yo confío en su palabra de mujer honesta, en su verdadero e incondicional amor de abuela.
Pero descuida, no seré yo el cobrador a tu puerta, no seré yo. Sé que habrá un día en que el peso del sufrimiento que me has causado caerá como una maldición sobre ti. Sé que cada mal que se hace en esta vida regresa.
Ahórrate el desaire y evita encontrarte conmigo, que desaire es la única dádiva que tendré para ti en lo que me reste de vida, Fariseo. Ahórrate la vergüenza y escapa de mi vista en cuanto puedas, Hipócrita. Asco, rencor y un poco de lástima son los únicos dogmas de la religión que me has dejado para ti y tus lacayos del disimulo.
Destruiste mi Fe, desterraste todas las cosas en las que creía en esta patria de Dios, destruiste mi alma cuando le arrojabas tu malicia día tras día, mes tras mes, año, tras año. Qué es lo que esperas... ¿a una misma indiecilla sentada en el mismo lugar para soportarte? Sentí esas bofetadas y esos látigos desde tu lengua llena de púas, me dolieron, como duelen los insultos y el desprecio que arrojabas en tu paso. Que te perdone tu madre, la que te ha parido, ésa que se compadezca de ti. Que trate de comprender el mundo tus bajezas, que yo comprendí y soporté demasiado. No me vengas a mí con el cuento de reparaciones que jamás podrás sostener con veracidad y con firmeza al mirarme. Me siento en la primera silla que veo sin darme cuenta y tú crees, ¿borrón y cuenta nueva? Debería darte vergüenza siquiera intentar un saludo con tus manos sucias ¿Crees que te agradezco tus lecciones sobre diplomacia?, me las olvidé todas, sabio profesor, maestro del chismecillo caliente y la maña. Que te apañen tus lacayos y tu servidumbre, que te perdone tu madre... aunque viéndola y escuchando sus maneras al tratarte tal vez habría que perdonarla a ella. Era su deber enderezar a tiempo tu árbol. Por qué te hizo lo que eres, por qué te convirtió en bazofia, en un criminal de las técnicas de la tortura, qué clase de mujer podría convertir en alimaña a su propio hijo parido con dolor... ¿es ella la culpable?
Huye José Antonio, huye de tu propia sombra, de tu cárcel, del corazón perverso, corre a paso militar cual miserable. Corrígete si puedes, límpiate de la monstruosidad que te corroe, que no soy la que talará el árbol torcido para utilizarlo de leña. Deja brotar tu hombría, gata, intenta no seguir pudriéndote en tu propio infierno. ¿Y a mí?, a mí ahora no me vengas a contar cuentos chinos que yo aún huelo la calumnia tras tus dientes. No me vengas a hablar de España que tú eres un minúsculo grano putrefacto saboteando el corazón de la patria, flagelando a sus indios con sus infamias, destrozando sin piedad cristiana lo que tienen de más puro, destrozando sus almas.
No me vengas a inventar historias que hace tiempo no te las creo, no regreses como ese día en el Pueblo a mirar triunfante los resultados de tu flagelación injusta, que esta vez no me encontrarás llorando acompañada de Alexandra."